miércoles, 23 de septiembre de 2009

Gran Hermano: El Nuevo Circo


Bienvenidos al experimento sociológico del siglo XXI: un montón de fulanos encerrados en una casa (o 2) llena de cámaras, jugando a convivir. ¿Seguro? Bueno, eso es lo que dice Mercedes Milá: “Gran Hermano es un juego de convivencia”. Lo cierto es que Gran Hermano parece ser un subproducto más de la conciencia colectiva humana, nacido del morbo y de la necesidad de llenar el vacío de las vidas de las gentes de clase media con el día a día de los desconocidos. Ya lo hacían nuestras abuelas en los patios de luces de sus casas, mientras tendían la ropa de sus maridos, ausentes por trabajo o por unas copas en el bar de la esquina (o en el prostíbulo). No nos engañemos. La gente no quiere convivencia, no quiere una pandilla de chicos haciendo las labores de casa con una sincronización inaudita, ni educación en lenguaje y formas, ni siquiera muestras de afecto o comprensión. Eso no vende. La gente quiere sangre. Y los encargados de los castings lo saben (solo hay que ver a los concursantes). No nos engañemos, Gran Hermano no es una mierda que quisieron vendernos, por desgracia es una mierda que nosotros demandamos, es la consecuencia de una necesidad que viene de muy lejos, de los orígenes de nuestra civilización, de la naturaleza del ser humano. La sociedad demanda morbo, demanda conflicto y desesperación. Cuando era pequeño solía leer los libros de Historia con asombro: ¿cómo podían las gentes del Imperio Romano acudir al circo a ver como los gladiadores se descarnaban unos a otros, mutilándose, llenando la arena de sangre y vísceras? Hoy en día ya no soy tan ingenuo. Miro a mi alrededor y pienso: el Camp Nou se quedaría pequeño.

Recuerdo cuando iba al instituto. Una noche, un amigo y un servidor, completamente borrachos, escuchamos una alarma de un coche. Nos acercamos al lugar, seducidos por el sonido de la alarma, el sonido del peligro. Dentro del coche había un señor, que podría estar intentando robarlo. En vez de llamar a la policía o avisar a los vecinos nos acercamos a él y le pedimos que saliera del coche. No queríamos impedir que robara el coche, nos importaba una mierda su dueño, queríamos verle la cara al malhechor, sentir su cercanía, formar parte de esa inmundicia por un segundo. El delincuente sacó una navaja y nos persiguió. Yo no paraba de gritar, de arengarlo a que siguiera persiguiéndonos, no quería que desistiera. Estaba disfrutando. Ese era yo, o quizás sigo siéndolo, quizás así seamos todos. También recuerdo reducir la velocidad de mi coche al pasar al lado de un vehículo volcado en la autopista, intentando ver a sus ocupantes atrapados entre los hierros, y un policía intentando que los coches no se detuvieran… pero todos queríamos mirar. A veces paseo por Sol y veo a los indigentes tirados en las aceras, pidiendo ayuda, y nadie se detiene porque “no puedes ayudarlos a todos”, pero sé que si alguno de ellos recibe un navajazo todos nos daremos codazos para poder estar en primera fila mientras se desangra… no para ayudarlo… para mirar.

Os tengo acostumbrados a videos de stand-up comedy del otro lado del charco, pero hoy me gustaría que echarais un vistazo a este corto de humor de una de las nuevas caras de mi mundillo: Diego Arjona, un chico con talento, imaginación… y mucha coña.

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