miércoles, 19 de mayo de 2010

¿Que más puedo pedir?


La vida de un cómico es una montaña rusa. Unas veces crees ser increíblemente afortunado, y a la vuelta de la esquina te espera la decepción y la tristeza. La soledad es tu compañera de viaje, tu familia y tus amigos son más recuerdos que táctil realidad, y el público abraza con aplausos pero también hiere con silencios o indiferencia. En la habitación del hotel no tienes con quién celebrar tu gran triunfo, tampoco quién te consuele tras un fracaso. A veces, cuando apoyas tu cabeza en la almohada, intentas buscar un sentido a todo esto. ¿Cuándo empezó? En mi caso, además, se suma el miedo a la oscuridad, un inmenso halo oscuro que me aterra desde niño. "No hay nada ahí fuera" solía decirme mi madre, cuando no podía dormir. Quizá ese sea el germen del miedo, que no hay nada. Largos viajes cruzando un país de extraños, con amistades que duran minutos, parar a repostar o coger un tren a ninguna parte. Y al final del camino un escenario, una palestra para ser juzgado, un lugar que puede brindarte un éxito efímero o arrebatártelo todo sin remordimiento alguno. Ahí arriba sólo vale hacer reír. Ser tú mismo es difícil cuando llevas una semana fuera de casa o, más bien, fuera de todo, con la única compañía de una maleta. Apenas sabes quién eres tú cuando fijas tus ojos en el foco. Por un momento la luz te ciega y empiezas a hablar. Al principio el texto fluye solo, parece que se escapara por alguna ley física al separar tus labios, como si no formara parte de ti. De los altavoces del local te llega aquello que una vez escribió una persona que ahora te parece lejana y extraña. Lo acompañas con gestos calculados, como actuando para tu propio reflejo, y sin embargo funciona... la gente comienza a reír. Pronto llega un aplauso y, cuando te das cuenta, ya no estás ausente, ahora tomas las riendas y juegas con las palabras, con el tempo y con tus movimientos. "¡Sí, soy yo, estoy aquí!". Al bajar, la felicidad te inunda, pero no te acostumbres a su compañía, nadie te puede asegurar que esté esperando en el próximo escenario, y desde luego tampoco te acompañará al hotel. Tengo un hijo, una mujer, una familia. Tampoco estarán allí. Solo un baño, una cama y una tele cuya tenue luz aleja el halo oscuro de mis pensamientos. "Vale la pena", me digo en voz alta, "la gente se ha reído, lo han pasado bien... ¿qué más puedo pedir?". Interesante pregunta. ¿Qué más puedo pedir?

2 comentarios:

Salomón dijo...

Pero a veces, los astros se conjuran, y hacen que coincidan varios cómicos en el mismo punto geográfico, o incluso en el mismo escenario, y entonces es una fiesta.

La soledad es lo peor, y lo brusco de pasar de cero a cien (personas) en cuestión de minutos, y luego de nuevo pasas de cien a cero. Afortunadamente, tenemos el teléfono, y también es cierto que entre gira y gira, podemos estar varios días en casa, dedicados casi al 100% a nuestra vida propia.

Pero como respuesta a tu pregunta ¿Qué más puedo pedir? Yo pediría una cosa: Que no se acabe. Que pueda seguir escribiendo gags y soltándolos delante de mucha gente. Que el foco siga deslumbrando mi cara, que sigan sonando los aplausos, y que nunca mueran las ganas de hacer reir a los demás.

Porque ser cómico no es un trabajo, es una filosofía de vida, te define. Hace unos días murió Antonio Ozores, y le enterraron vestido con un pijama de rayas, tal y como había pedido. Ojalá la comedia me inunde algún día hasta ese nivel.

Un abrazo, compañero!

Danny Boy-Rivera dijo...

Parece que el Dios de la comedia te ha tocado con sus tentáculos...

;-)